Corazonadas
El jueves anterior a la Pascua, Alex Cansinos salió del trabajo con el estigma de la humillación grabado en la frente. Todos los días después de levantarse, se duchaba y afeitaba y, de pie, aún desnudo, frente al espejo, trataba de convencerse a sí mismo que el destino le tenía preparado algo magnánimo. Quizá por eso soportaba la violencia, el cinismo y la crueldad del patrón con la obediente abnegación de la esposa sumisa y silenciosa.
Aquella tarde, al salir de su trabajo, tuvo una corazonada y fue a tomar un sendero diferente. Reflexivo y cabizbajo, sintió sobre sus hombros las primeras gotas de una lluvia menuda cayendo sobre su pequeñez abofeteada y la mirada extraña y seductora de Diego Rivera, impreso en un billete que se cruzó en su camino. Se inclinó para recoger el dinero y pensó que eso debía ser una señal.
Aún tenía el billete entre sus manos cuando un líquido viscoso y tibio se esparció sobre su vientre, como las penumbras sobre la tarde, y una fuerza sobrenatural lo obligó a recogerse sobre su abdomen. Apenas pudo ver la graciosa silueta de un bandido internándose en la espesura citadina.
Sí, los caminos del Señor son insospechados, pronunció el asaltante con sobrada devoción, Alex Cansinos había tenido una corazonada, y yo tuve la gracia de estar cerca de él para poder llevar un mendrugo esa noche a mi mesa.