Reptilia
Los acontecimientos más singulares suceden de forma inesperada; lo imprevisto hace posible que lo misterioso se acerque a nosotros sin ser notado, como reptil acechando a su presa desde las profundidades del pantano.
Por las mañanas, los faroles iluminan las penumbras moribundas con desaliento; las calles del centro parecen los senderos del inframundo con toda la neblina flotando, como si fueran ánimas malditas condenadas al olvido de sí mismas.
La brisa se abre paso a través de los finos orificios del gracioso gorrito tejido de lana que cubre la cabeza del hombre que camina por la acera, con la esperanza de encontrar un vehículo disponible.
Medita al llegar a una esquina solitaria; cerca, pasan dos transeúntes cuyas sombras van adquiriendo brillo hasta mostrarse como vívidas imágenes que abordan un taxi, dejándolo nuevamente a merced de las soledades del alba.
De súbito, un auto se detiene —nuestro hombre se acerca a intercambiar algunas palabras antes de abordar; al sentarse nota un olor desconocido que arrebata su corazón con impulsos violentos.
Se deja fascinar por el vaivén del automóvil atravesando las sombras del tiempo; se apoya sobre los respaldos y cierra los ojos al sentir los primeros rayos solares cayendo sobre su rostro gélido.
Percibe nuevamente aquel olor seductor; huele a musgo, a madera recién cortada, a valle sagrado, a polvo celestial, a tiempo antes del tiempo, a numen, a mysteria tremenda, a verdad última, a gloria revelada.
Se deja cautivar por la atmósfera misteriosa que rodea a aquel ser que lo conduce hacia un fin inevitable, a vivir una de las experiencias más inusitadas; abre los ojos y pone su vista al frente, donde un par de manos ásperas se aferran al volante.
A través del retrovisor, puede contemplar los ojos del lagarto; a pesar de que el temor lo invade por completo, una serenidad profunda confronta la angustia que le provoca aquel ser desconocido.
Sometido a la voluntad del reptil, y a sus deseos, nuestro hombre se deja guiar hasta su guarida; se desnuda y se entrega al monstruo, a nosotros, con insólito placer.
Entonces, surgimos de las sombras abismales, la tribu, y mientras nuestro hombre goza de esa unión profana, los reptiles nos acercamos sigilosos para alimentarnos del cuerpo y de la sangre del homínido.